martes, 29 de septiembre de 2009

Fabiana: fragmentos II

Escribió Fabiana en su diario:
Va, se arregla se maquilla se perfuma, y todo para que él, que él la indiferencie con un estoico beso en la mejilla, una sonrisa amistosa y un salirse con algún otro u otra de los límites de su campo visual echándole en cara que ese tiempo para él no fue más que tiempo perdido. Si al menos hubiese sido su tiempo, tiempo para ella, tiempo de ella… Pero no. Todo lo que hizo en ese lapso temporal no lo eligió más que para él. Proyectaba en función su él. Él, fin en ausencia de él. El fin, en presencia de él. Finalmente, después de tanto fantasearlo, aparece él en concreto quemando con su saludo fraterno aquella pequeña felicidad risueña que se sustenta en el ansiarlo. Se desmorona primero su ingenuo entusiasmo, esa energía del esperar [¿esperar qué? ¿Verlo? Junto con todas las expectativas que subyacen a su aparición]. Luego, sus ganas de todo. Se siguen proyectos, deseos y acciones. Finalmente los demás acaban por fundirse con lo demás en un engrudo amorfo y espeso de indefinidos colores opacos que hace agua hasta el punto de hundirla por completo.
Y después, oscuridad. El sombrío vacío de la súbita muerte de una fantasía hueca reflejo de un pensamiento que se revela como totalmente ajeno al mundo punzante congoja que presiona hasta más no poder el pecho como sofocantes marañas que impiden el libre fluir de las pasiones del plexo callando la efusividad de lo espontáneo.
Y claro. Ahí, la soledad. La eterna no mirada condenadora de un continuo movimiento caótico forzado por el mero pasar del tiempo, de un hacer constante que no apunta hacia ningún dónde ni hacia ningún quién. El sinsentido en carne y hueso.
Él. Una construcción psicológica pseudofantástica soporte de pesados significados aporéticos que se chocan con la irrupción de las primeras partículas de una realidad que se impone. Él. Depositario de ilusiones muy íntimas y anhelos tan propios, de proyecciones y ansiedades constructivas que no se animan aún a ser per se, que buscan, reclaman, necesitan el en otro o el para otro. Todo esto subsumido bajo el gran miedo a lo real. Por eso, tan cerca, tan lejos. Él. Inalcanzable. Perfecto… Seguro. Y ella, cansada tan cansada de querer y no quererlo, porque él, en su esencia más pura, escapa inevitablemente al lugar que le corresponde en ese ser objeto de sus deseos.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

martes, 22 de septiembre de 2009

diálogo

Le dije: "yo debería..."
y me interrumpió: "Sí, deberías tantas cosas."
Me habló de los miedos, de obstáculos
autoimpuestos, del peligro de los grandes títulos.
Luego, me preguntó qué prefería,
si crecer y crecer o sentirme segura.
Le dije que lo primero, sin duda alguna.
Entonces, me aconsejó acostumbrarme
a no esperar lo segundo.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Fabiana: Fragmentos

Fabiana abrió el libro de cuentos para chicos que su primo le había regalado para que aprendiera a leer ahora que por fin podía ir a una escuela. Una historia, la de Terabithia, le llamó la atención. La leyó detenidamente, buscó todas las palabras que no conocía en el diccionario Pequeño Larousse Ilustrado y se ejercitó copiando una y otra vez pasajes enteros. Después de unos meses, tuvo un sueño extraño. A la mañana siguiente, escribió en su diario:

Resultó no ser más que mi mundo de fantasía. Caballitos de madera, espejos cubiertos de sal. Y toda la mentira de un cuentito de hadas que no sabe como seguir después del “y fueron felices para siempre”. El descenso previsible de aquel adrenalítico entusiasmo de nacer una y miles veces en cada palabra. Yo miro y veo distorsionado. El mundo es uno. Mi mundo, otro. Virtual. Vital. “Fue, dejá de pensar tanto y viví”. Si, deja de pensar todo tanto y tan mal. Y ahí, el maldito diablillo del pero. Pero es como que me digas “sé espontánea” si no lo soy, o que me digas “relajate” si estoy siempre tensa. Pero yo quiero, pero ¿y cómo? No me paradojees, te dije, dame la receta. No hay receta. Pero los imperativos no alivian. Entonces tengo que vivir, gran novedad. Y vos que ya sabés que cuando callás un poco esa cabecita todo te enamora tanto y te sale tan bien. No pensés, viví. Pero siento que no puedo porque pienso que no tengo que pensar más y después pienso que no debería pensar en no pensar porque así solo pienso más, pero ves, ahí solita ya me enredo y caigo en la trampa. “Que fluya” me dijiste, pero la estructura, querida, la estructura. Si estoy rígida, aunque la norma se reduzca, el beneficio es creer que tengo el control. Sé que soplás un poquito y se derrumba todo. Entonces tenés razón, ¿el control de qué? Quizá la seguridad. La seguridad en eso tan chiquito, tan conocido y tan repudiado. Tan cómodo. Pero ¡chan! Hacés todo para abrir el paronorama y dar lugar al cambio, y cuando aparece lo nuevo, te achicás. Vos querías lo nuevo, no? Entonces, ¿por qué te escondés detrás de la cortina de lo mamado cuando lo nuevo viene y te dice “hola! Cómo andás? Vine a buscarte, ¿vamos?”? Y la pregunta de siempre ¿voy a sobrevivir?
***
Otra noche, en la que volvió a soñar con reinos mágicos y aventuras psicológicas, se despertó bastante movilizada y ya no pudo conciliar el sueño. Pensó en todo lo que había hecho durante el día. Pensó en él. Entonces, volvió a escribir en su diario.

¿Por qué creo que la conciencia es consistentemente espesa y terriblemente ajena a mí misma? Por experiencia. Por el simple hecho de que tiene razón alguien que te dice que pensás y que sentís mal, que te convendría hacer siempre todo lo contrario. Digo, ¿quién te puede decir que pensás y sentir mal y tener razón? No hay criterio de corrección del sentir. Y ese alguien tiene razón porque te da las reglas para encaminar tu modo de pensar y sentir y, si bien al principio todo es muy careta y vos decís lo que no pensás ni sentís, te das cuenta que resulta que de a poco vas empezando a pensar y a sentir eso que decís, esas mentiras que decís porque es lo que quisieras pensar y sentir. Resulta que construís desde la proyección del ser y devenís hasta más y mejor aquello que habías actuado sin creerte ni un poquito… Digo, che, ¿esto va en contra de todo lo que creo? Che, digo, no entiendo nada. ¿No era la hipocresía algo así como no ser transparente? ¿Eso de que pensar, sentir y decir no concuerden? Pero ahora esa hipocresía, o pseuhipocresía es un recurso para cambiar… Se redefinen palabras cargadas de valores sociales, tan convencionales como lo es usar cuchillo y tenedor, en una nueva normalidad normativa que se condensa más acá de mí, en mi punto ciego. Y me agarró toda esa parte tan mía que se me escapa de modo tal que el Gran Otro me conoce más que yo a mí misma solo con mirar. Me agarró esa parte tan mía y desconocida y me dijo “dale, que fluya…”