Todavía quedaba dando vueltas una idea. A veces interrumpía una charla. A veces se imponía en un sueño. O simplemente se colaba por la puerta trasera de su conciencia y hacía un poco de ruido cuando estaba en soledad. Lo importante era recordarle que seguía siendo. Lo importante era estar presente.
Todavía quedaba dando vueltas esa idea. Nunca la había aprehendido, había aparecido solita. Sin portador, se desvanecería. Su anhelo era figurar en los libros de historia, no importaba demasiado bajo el nombre de quién, no importaba demasiado en que contexto. Solo plasmarse. Una vez escrita, editada, divulgada, ya no existiría la posibilidad de disolverse, de desaparecer.
Todavía quedaba aquella idea, merodeando una mente frágil, vulnerable a la intromisión de contenidos ajenos a elecciones suyas. Una mente poco brillante, quizá demasiado plástica, demasiado sobornable. Nunca la había intuido, se había presentado solita. No le había costado cobijarse cómodamente entre pensamientos cotidianos. Una condenada mente perfecta para éste huésped.
De las demás ideas, muchas habían logrado su cometido. Sobrevivían entre sucesiones de trazos, en cuadernos, en revistas, en libros, y avivaban su esencia en cada lectura atenta. No morirían, al menos hasta la próxima etapa de crecimiento de la estrella que despertaba tantos anfitriones. Pero para entonces, algunos seguro se refugiarían en nuevas tierras y junto con ellos, ellas. Los habían convencido de su incomparable riqueza y ellos las atesoraban más que a sus propias vidas. Aquellas que no habían tenido la paciencia suficiente se habían diluido entre pensamientos humanos que habían logrado obtener cierta jerarquía. Poderosas pero tan, tan dependientes. Parásitos.
Era la última. Perseverante, no desesperaba por plasmarse, solo esperaba. Su anfitrión era aún joven, por lo que no podría todavía expresarla en su totalidad, o al menos no de forma clara. Había que darle tiempo, sembrar pequeños pilares aquí y allá para que pudieran constituirse de a poco las conexiones necesarias que, en términos humanos, iluminarían pronto esa mente y que, persuadida de que todo aquello había surgido de sí misma, no dudaría en querer compartirlo con su comunidad. La idea pues, como sus predecesoras, no solo quedaría inmortalizada en papel o en archivos virtuales, sino que disfrutaría del hospedaje de miles de anfitriones, ensanchándose y engullendo cada vez más ser. Esos eran los proyectos de la idea, que cada vez, pero disimuladamente, invadía un poco más la frágil mente humana.
***
Agustina estaba por cumplir los dieciocho años. Aquel año terminaría el colegio, finalmente, y se dedicaría a su gran amor, la música. Un único problema le preocupaba. Desde chica, y cada vez con mayor énfasis, una idea se le presentaba en forma autoritaria. Una molesta idea. Charlando con amigas, practicando piano, soñando, la interrumpían unas veces imágenes, siempre las mismas, u otras veces, como ruidosa música de fondo o como el zumbido de una mosca, insistía esa extraña parte de su mente en perturbar su concentración. Decidió comentárselo a una psicóloga, que la derivó con un psiquiatra. Es un pensamiento obsesivo, le dijo. Nada más. Durante algún tiempo, tomó una medicación que erradicaba pensamientos obsesivos y poco la poco la idea fue desapareciendo de su mente. Luego dejó de tomar la medicación. Su mente ya estaba limpia. Solo quedaban los pensamientos que elegía. Así, se entregó con amor y dedicación a tocar el piano. Su nombre y su historia como concertista figuran hoy en los libros de historia. Sus obras son mundialmente conocidas. De aquella idea, no ha quedado el menor rastro.