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miércoles, 6 de julio de 2011

disquisiciones divinas

"Escucha bien, ninguno de esos cultos que ustedes denominan "religión", y que siguen bajo pretexto de que se relacionan con La Entidad que los trasciende gracias a la "fe", se realizó en mi nombre. Aparta los absurdos mandatos humanos de tu pensamiento y deja que afloren tus intuiciones. Ellas te llevarán por buen camino. El "deber ser" solo engendra muerte en vida.

-No quiero contradecirle, pero el orden que imponen los preceptos de la religión siempre nos han ayudado a acercarnos a la paz y a la felicidad.

-Porque han impuesto dicotomías y han establecido relaciones entre las duplas de conceptos que hoy ya no se cuestionan. Asocian la virtud con el orden y la felicidad, y el vicio o pecado con el caos y la desgracia. Ustedes mismos se han adiestrado de modo tal que no pueden escapar de los enredos lingüísticos que han originado, dándoles el status de metafísica. Bien ha dicho uno de los suyos, la religión es el mayor y más poderoso dispositivo de control jamás creado.

-Me queda una pregunta, si me lo permite. Si no es quien las religiones cuentan, ¿cómo debo llamarle?

-Llámame como quieras, pero tu pregunta es engañosa para ti mismo. Por más insignificante que sea lo que te responda, fundarás otro dogma en mi nombre. Los conozco bien, se agarran de cualquier elemento para construir fantasías de las cuales aferrarse con tal de no hacer frente a la incertidumbre y a la soledad que no pueden evitar sentir. Solo pido que no usen "Dios", que ya lleva a cuestas demasiada sangre.

- Quisiera saber su nombre, jurando por él no instituir ninguna nueva creencia.

-(Harto) ¿No dice pues uno de vuestros dichos: "la curiosidad mató al gato"? ¿Para qué los inventan si luego no han de hacerles caso?

-(Confundido) Ha sugerido que no siga ningún mandato humano...

-(Enojado) Agradecido deberías estar de que me digne a hablar contigo. Ni mi nombre debes preguntar, ni mis razones y ni mi lógica debes indagar, ya que no serás capaz de comprensión alguna. Esta conversación es para mi lo que para ti el zumbido más breve y leve que puedas percibir. Imagina pues cuanto te excedería conocer algo que me concierna. Nunca podrías entenderlo, ni siquiera vivirías lo suficiente como para oírlo. Son demasiadas las limitaciones de la percepción humana."

martes, 21 de diciembre de 2010

Te conocí bailando en un bar II

Te encontré aquella noche en el bar. No fue casualidad. "Yo salgo hoy -Yo también". Tus amigos, vos a un lado, y yo, en espejo. Fue encontranos y seguir vos y yo, nada más. Desde entonces, ocupaste mi espacio con tus palabras, mi espacio con tu topografía corporal, y yo te dejé. Mi espacio con la textura de tu piel y mi tiempo con tus ideas descabelladas. Mi tiempo, enredado entre la maraña de tus proyectos imposibles y tus fantasías de ensueño. Ocupaste mis risas. Y yo te dejé. Te apropiaste del campo de juego de mis miradas. Fuiste principio y fin de pensamientos insólitos. Y yo te dejé; al principio estuvo bien. Mi tiempo, el nuestro, y mi espacio, ambos dos. Pero sin querer verlo, sabía que arrasabas con las horas y los lugares, capitalizándolo todo, volviéndolo tuyo. De tanto no querer ver por sólo mirarte, me ahogué en tu presencia y permanecí junto a vos así, muerta. Muerta por mucho tiempo. Yo en cuerpo, tu cuerpo, aislante del mundo, impermeable a la mutabilidad del vivir.
Continuará...

lunes, 13 de septiembre de 2010

Subte

Continuación de "Te conocí bailando en un bar" en http://unpocodepasion.blogspot.com/2010/08/te-conoci-bailando-en-un-bar.html
Un vagón del subte A. Vos, agarrado de una de las argollas para no perder el equilibrio, ojeabas por encima del hombro de una mujer canosa un diario que, desde donde yo estaba parada, parecía ser La Nación. Entre tus piernas se tambaleaba una bolsa de cartón de COMPLOT llena de libros y papeles. El verde militar de tu campera resaltaba el pardo de tus ojos y la atención con la que recorrías los titulares. Como ajena a tu mundo, te espiaba balancearte en tu cuento. Cada mueca, cada gesto y cada suspiro iban escribiendo tu presente ante mi, lectora tranquila que intentaba leerte entre líneas.
De repente te saliste de la página para avisarme que nos bajábamos en la próxima estación. Te besé y sólo entonces te hiciste concreto. Llegamos a Loria, me tomaste de la mano y nos dirigimos a las escaleras. Por un momento, me perdí en la fantasía de lo que denominamos "futuro", ya pensando en cómo sería el local que estábamos yendo a visitar y visualizando la realización de nuestro proyecto.
Pasamos por el molinete y me trajiste de vuelta a este mundo con un beso en la mejilla. Recordé todo de pronto. Recordé el escozor de la piel que tu mera presencia me genera, la ansiedad por verte cuando los horarios de la rutina obstaculizan nuestro encuentro, el olvido del mundo en el vasto suelo de tu piel. Recordé, como si fuera sólo una sensación efímera que se disolvería para siempre en el próximo segundo, como la última oportunidad de sentirte tanto, de vivirte... Y te amé en lo inmóvil de la abstracción del transcurrir del tiempo.

viernes, 6 de agosto de 2010

Te conocí bailando en un bar

Me reía con Ana de los ritos de levante del boliche. Atrás, dos tipos hablaban fuerte sobre nosotras, decidimos jugar un poco y nos pusimos a bailar clavándonos mutuamente las miradas. Como si nada, les sonreímos de reojo y volvimos a cruzar miradas. Nos trajeron bebidas, charlamos un rato, nos terminamos los tragos, pegamos media vuelta y los dejamos atrás. "Queremos volver con nuestras amigas" y otra vez todas juntas en ronda, yo sólo conocía a tres.

Me divertía lo borracha que estaba Juana. Le trajeron empanaditas chinas y se quejó del olor. Finalmente se comió una pero nos obligó a olerla. Dejó las otras dos sobre la barra ($60 las tres empanaditas. Es funcionaria del estado. Un cargo importante. ¿Qué son $60? Y yo que pagué $15 el taxi para llegar antes de las diez -no sea que haya que pagar entrada- pensando que de ahora en más sólo tendría que usar productos Día para la casa, al menos este mes, para no quedarme sin un mango). Juana nos refregaba su mano post-empanadita por el pelo, se acercaba a olernos, le molestaba ser la única con aroma a especias.

Yo me alejé un poco del grupo. Una chica, al lado de la tarima, escondía la copa de champagne vacía en su cartera. Me sonreí para mis adentros y entonces, tus primeras palabras. "Qué hermosa sonrisa". No te miré siquiera. Eras uno de tantos que pasaba. Me acuerdo que después le dije a Ana: "pobres los hombres, en estos lugares tienen que estar inventando a cada rato recursos y formas de acercarse a las minas". Es que yo ya tenía en la mira a alguien y no quería perderlo de vista. Me sentía chiquita cuando se daba vuelta hacia mí pero no podía evitar fijar mis ojos en él. Mirar es mi única estrategia. Te fuiste, creo. Y la noche siguió.
Al final, de tan interesante, él que elegí resultó ser aburrido. Lo supe a penas abrió la boca, pero no me lo quise admitir hasta que me encontré pensando en las actividades de mi siguiente día mientras fluían sus historias. Ana me rescató de tanta monotonía y nos fuimos a la barra. Tu segunda aparición: Estás cansada? Porque ya no sonreís. Que denso, pensé. Pero esta vez te registré. No me olvido más de la expresión de tus ojos, algo ingenua pero firme. Ana me susurró algo, ya no recuerdo qué. Nos quedamos hablando vos y yo. Entre Lady Gaga y Barry White nos arrancamos un pedazo de vida. Algunas series, los simpsons, el blues, el soul... De la música y de la vida se fueron uniendo los labios. Con palabras. Sólo con palabras. Hasta que Juana me violentó por atrás: Me voy. Nos vamos todas. Quedate. No, me voy con ustedes.

Esa noche me llamaste por teléfono y me invitaste a tomar algo al otro día. Yo dudé, como hago con todas las cosas. Después vemos, te respondí. ¿Tan pronto me tenías que llamar? Hubiera quedado ahí si dos días después no te hubiera llamado yo para vernos. ¿Por qué? Por esa mirada algo ingenua pero firme. Sólo por eso. No me entendías, yo tampoco a mí, pero está bien. Tomamos tantas cosas esa tarde, un café, el subte, mucho frío.
***
continuará...

sábado, 2 de enero de 2010

Claudia Punto Cero

Aclaración: Claudia es un personaje de un personaje de mi imaginación, el cuál al parecer es escritor y uno de sus escritos versa sobre esta mujer, Claudia. A su vez, Claudia escribe y uno de sus personajes es Fabiana, cuyos fragmentos están dispersados a lo largo de este Blog. ¿Qué es mío? ¿Qué es de mi alter ego que describe aspectos de Claudia? ¿Qué es de Claudia? ¿Qué es de Fabiana? Ni yo lo sé, somos tal vez demasiadas mujeres ocupando un mismo Blog que en fin de cuentas no es sobre nadie en particular.
***
Punto Cero
Claudia. Claudia González. Ella irrumpió en mi fantasía el día que Claudia me llamó por teléfono y yo tenía escrita una historia cuya protagonista permanecía sin nombre. No debía tener nombre. No me gusta nombrar. Es una falta de respeto. Digo, es una falta de respeto dar nombres porque es exponer y determinar, y yo sólo quiero describir (figuras y movimientos enmarcados espacio-temporalmente) ¿Para qué invadir? Claudia me llamó por teléfono y entonces la historia me obligó a referir. Del mero sentido a la referencia. Y al fin y al cabo, ¿no es lo único que importa el que ustedes entiendan la referencia ? “Ella”, antes. Pero se mezclaba con otras “ella” determinadas solo por contexto y a veces ni siquiera. “Ella” solita, perfecta, ya toda armadita y sólida. Por eso eligió nombre (y no límite) y se individuó primero de su otro GRAN “ella”, su madre, con la que se fundía y confundía desde el primer párrafo quizá porque nunca se había atrevido, hasta entonces, a romper del todo el cordón umbilical. Con las palabras osó empezar a separar instancias. Mesa. Silla. Madre. Hija. Tu mano. La mía. Con miedos adolescentes en edad adulta. Miedo a perder su esencia en lo que parecía tan propio tan suyo en esos tantos no “ella”. Miedo a ese ser una gran nada y tener que crear, de la nada, algo suyo propio pero suyo en serio al fin. Ex nihilo nihil fit… Es que es una postura ontológica fuerte hablar. Es que es una postura ontológica fuerte crecer. Pero ¿y el silencio? Me preguntarán. Claro, Claudia callada. Pero el silencio, negligente silencio que habita y habilita lo inhumano, silencio tan falto de connotaciones explícitas (¿es posible?) y de transparencia, silencio premiado por juicios sintéticos a posteriori, silencio del que sabe, del que entiende, del que no dice porque no vale la pena, silencio del que oye, escucha e incorpora, silencio de la mesura y de la virtud, o del que se autoatraviesa por su YO mismo inhibiendo cualquier yo mundano, silencio que lleva a la muerte. Claudia no es silencio, es papel, y el papel grita. Así, la objetividad del lenguaje, la objetividad de la ciencia, así, la objetividad de Claudia…

martes, 10 de noviembre de 2009

Fabiana

Es una linda mujer, joven aún, andará por los cuarenta, una pena, tanta enfermedad. Sus rasgos siguen tan firmes como cuando entró por primera vez a la clínica. La suave curva frente-nariz, característica de su familia materna, le achata la expresión endulzando aquellos intensos ojos oscuros a penas rasgados. La ceja izquierda, siempre un poco más altanera que la derecha, comienza a mostrar algunas canas, canas que en su cabello se esconden de la mirada ajena, a pesar del corte-hospital que luce desde hace ya tanto tiempo. Antes, se jactaba de su larga melena castaña con destellos rojizos. Antes.

¿Qué tiene? Todavía no lo sé, tengo que preguntar a algún psiquiatra. Algún grado de esquizofrenia, una desconexión importante con la realidad, un mundo virtual interior al que ni yo puedo acceder. Está internada hace unos años. Por momentos, se conecta con el mundo e interactúa con otros, pero por lo general vive en una burbujita, en ella misma, sola solita. El mundo de Fabiana. Ella es su mundo... O su mundo no es más que ella misma. Ella su única realidad. Fabiana igual Fabiana. A=A. Fabiana tautológica. No hay asimetría epistémica posible, o, si la hay, es solo en virtud de su propio desdoblamiento. A=/=A. Pero un desdoblamiento que, lejos de constituirla, la desintegra en cada vez más partículas de pura nada, partículas coherentes de un algo tan incoherente que linda de más en más con la irreversible locura, tanto tanto, hasta que ya nada quede ni siquiera de esa nada.

Fabiana. No hay criterio de corrección intersubjetivo, no hay error por comparación con un algo otro, no hay triangulación, no hay contraste con una realidad objetiva. Ella es lo subjetivo hecho objetivo al rojo vivo. Es la realidad de lo interno. O un pequeño mundo, tan rico, tan lleno de contrafácticos y de estructuras ontológico-conceptuales, un pequeño mundo dentro del mundo de tantos otros munditos que se autocrean y autoconservan sólo por creerse ¡ay, ellos! tan consciente de ser y no por ser, ni por el hacer trascendente de salirse de sí y conocer al Otro. Fabiana. Una mirada plegada infinita e ilimitadamente para adentro, lo absoluto de la voz interna.

Y escribe. Tiene un cuaderno donde anota pensamientos cuyas palabras no refieren a nada (o quizá a todo, a todo aquello que tiene existencia en sí misma como mónada) pero significan. Significan para ella, vaya a saber uno qué significan para ella. Significan para nosotros, y de esto sí podemos decir que sabemos qué significan. ¿Qué significan? Signos de una patología, signos de una inteligencia perdida, signos de una locura ermitaña y errante en un vasto mundo de ideas trascendentales tan cercano y tan invisible al individuo social y rutinario que no busca la verdad sino que construye todos los días fragmentos de sentido para legitimar que sigue con vida.
***
Tal vez, en algún cajón perdido de esos en los que se suele guardar todo lo que veremos “más adelante”, de ella queden sus fragmentos, fragmentos o garabatos en hojas amarillentas con olor a madera vieja y a empapelado húmedo, fragmentos que algún familiar guardó por temor a perder la pérdida misma.

Los fragmentos de Fabiana. Él. Su conciencia. Su alteridad.

jueves, 8 de octubre de 2009

Sr. González

- ¿Está Ud. bajo mucha presión últimamente?

-No, en absoluto.

-¿Y algo reciente que le haya resultado particularmente llamativo?

-¿De mí o del mundo?

-En general. Algún episodio tenso...

-¡Pero todos los días! No podría resumírselo.

-¿Muchos cambios?

-Constantemente.

-Pero entonces sí está bajo presión.

-Al contrario, si lo estuviera, no tendría lugar para el cambio, ¿no le parece?

-No entiendo. A ver, ¿podría decir que su ánimo está estable?

-Claro que sí, como no mantenerse estable cuando se es unidad sintética de múltiples continuos de alteraciones. Es un deber ser. ¿Se imagina el pensamiento occidental sin mi?

-Ahá... Es decir que no puede ser un factor relevante que Ud. esté atravesando cambios...

-No los atravieso, confluyen en mi y en virtud de ellos, soy.

-Disculpe sr. González, pero no lo entiendo. Le comento, Ud. no parece tener ningún problema físico, por lo que pienso que podría ser psicosomático. Si Ud. se considera en perfectas condiciones psicológicas, lo único que le puedo recomendar es comer arroz o fideos con queso por unos días, y, en el peor de los casos, una pastilla de carbón. Que se mejore y en quince días me llama si sigue con diarrea.

martes, 29 de septiembre de 2009

Fabiana: fragmentos II

Escribió Fabiana en su diario:
Va, se arregla se maquilla se perfuma, y todo para que él, que él la indiferencie con un estoico beso en la mejilla, una sonrisa amistosa y un salirse con algún otro u otra de los límites de su campo visual echándole en cara que ese tiempo para él no fue más que tiempo perdido. Si al menos hubiese sido su tiempo, tiempo para ella, tiempo de ella… Pero no. Todo lo que hizo en ese lapso temporal no lo eligió más que para él. Proyectaba en función su él. Él, fin en ausencia de él. El fin, en presencia de él. Finalmente, después de tanto fantasearlo, aparece él en concreto quemando con su saludo fraterno aquella pequeña felicidad risueña que se sustenta en el ansiarlo. Se desmorona primero su ingenuo entusiasmo, esa energía del esperar [¿esperar qué? ¿Verlo? Junto con todas las expectativas que subyacen a su aparición]. Luego, sus ganas de todo. Se siguen proyectos, deseos y acciones. Finalmente los demás acaban por fundirse con lo demás en un engrudo amorfo y espeso de indefinidos colores opacos que hace agua hasta el punto de hundirla por completo.
Y después, oscuridad. El sombrío vacío de la súbita muerte de una fantasía hueca reflejo de un pensamiento que se revela como totalmente ajeno al mundo punzante congoja que presiona hasta más no poder el pecho como sofocantes marañas que impiden el libre fluir de las pasiones del plexo callando la efusividad de lo espontáneo.
Y claro. Ahí, la soledad. La eterna no mirada condenadora de un continuo movimiento caótico forzado por el mero pasar del tiempo, de un hacer constante que no apunta hacia ningún dónde ni hacia ningún quién. El sinsentido en carne y hueso.
Él. Una construcción psicológica pseudofantástica soporte de pesados significados aporéticos que se chocan con la irrupción de las primeras partículas de una realidad que se impone. Él. Depositario de ilusiones muy íntimas y anhelos tan propios, de proyecciones y ansiedades constructivas que no se animan aún a ser per se, que buscan, reclaman, necesitan el en otro o el para otro. Todo esto subsumido bajo el gran miedo a lo real. Por eso, tan cerca, tan lejos. Él. Inalcanzable. Perfecto… Seguro. Y ella, cansada tan cansada de querer y no quererlo, porque él, en su esencia más pura, escapa inevitablemente al lugar que le corresponde en ese ser objeto de sus deseos.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Fabiana: Fragmentos

Fabiana abrió el libro de cuentos para chicos que su primo le había regalado para que aprendiera a leer ahora que por fin podía ir a una escuela. Una historia, la de Terabithia, le llamó la atención. La leyó detenidamente, buscó todas las palabras que no conocía en el diccionario Pequeño Larousse Ilustrado y se ejercitó copiando una y otra vez pasajes enteros. Después de unos meses, tuvo un sueño extraño. A la mañana siguiente, escribió en su diario:

Resultó no ser más que mi mundo de fantasía. Caballitos de madera, espejos cubiertos de sal. Y toda la mentira de un cuentito de hadas que no sabe como seguir después del “y fueron felices para siempre”. El descenso previsible de aquel adrenalítico entusiasmo de nacer una y miles veces en cada palabra. Yo miro y veo distorsionado. El mundo es uno. Mi mundo, otro. Virtual. Vital. “Fue, dejá de pensar tanto y viví”. Si, deja de pensar todo tanto y tan mal. Y ahí, el maldito diablillo del pero. Pero es como que me digas “sé espontánea” si no lo soy, o que me digas “relajate” si estoy siempre tensa. Pero yo quiero, pero ¿y cómo? No me paradojees, te dije, dame la receta. No hay receta. Pero los imperativos no alivian. Entonces tengo que vivir, gran novedad. Y vos que ya sabés que cuando callás un poco esa cabecita todo te enamora tanto y te sale tan bien. No pensés, viví. Pero siento que no puedo porque pienso que no tengo que pensar más y después pienso que no debería pensar en no pensar porque así solo pienso más, pero ves, ahí solita ya me enredo y caigo en la trampa. “Que fluya” me dijiste, pero la estructura, querida, la estructura. Si estoy rígida, aunque la norma se reduzca, el beneficio es creer que tengo el control. Sé que soplás un poquito y se derrumba todo. Entonces tenés razón, ¿el control de qué? Quizá la seguridad. La seguridad en eso tan chiquito, tan conocido y tan repudiado. Tan cómodo. Pero ¡chan! Hacés todo para abrir el paronorama y dar lugar al cambio, y cuando aparece lo nuevo, te achicás. Vos querías lo nuevo, no? Entonces, ¿por qué te escondés detrás de la cortina de lo mamado cuando lo nuevo viene y te dice “hola! Cómo andás? Vine a buscarte, ¿vamos?”? Y la pregunta de siempre ¿voy a sobrevivir?
***
Otra noche, en la que volvió a soñar con reinos mágicos y aventuras psicológicas, se despertó bastante movilizada y ya no pudo conciliar el sueño. Pensó en todo lo que había hecho durante el día. Pensó en él. Entonces, volvió a escribir en su diario.

¿Por qué creo que la conciencia es consistentemente espesa y terriblemente ajena a mí misma? Por experiencia. Por el simple hecho de que tiene razón alguien que te dice que pensás y que sentís mal, que te convendría hacer siempre todo lo contrario. Digo, ¿quién te puede decir que pensás y sentir mal y tener razón? No hay criterio de corrección del sentir. Y ese alguien tiene razón porque te da las reglas para encaminar tu modo de pensar y sentir y, si bien al principio todo es muy careta y vos decís lo que no pensás ni sentís, te das cuenta que resulta que de a poco vas empezando a pensar y a sentir eso que decís, esas mentiras que decís porque es lo que quisieras pensar y sentir. Resulta que construís desde la proyección del ser y devenís hasta más y mejor aquello que habías actuado sin creerte ni un poquito… Digo, che, ¿esto va en contra de todo lo que creo? Che, digo, no entiendo nada. ¿No era la hipocresía algo así como no ser transparente? ¿Eso de que pensar, sentir y decir no concuerden? Pero ahora esa hipocresía, o pseuhipocresía es un recurso para cambiar… Se redefinen palabras cargadas de valores sociales, tan convencionales como lo es usar cuchillo y tenedor, en una nueva normalidad normativa que se condensa más acá de mí, en mi punto ciego. Y me agarró toda esa parte tan mía que se me escapa de modo tal que el Gran Otro me conoce más que yo a mí misma solo con mirar. Me agarró esa parte tan mía y desconocida y me dijo “dale, que fluya…”

sábado, 8 de agosto de 2009

la pastelera

Se hartó y dijo:
"Soy pastelera, es mi trabajo.
¿O cuando viene algún amigo médico a tomar la merienda, le decís "che, ya que estás, oscultame y tomame la presión"?
¿O a una amiga que estudie diseño de modas le preguntás a cada vez que la ves cómo es que no te trajo alguna prenda de diseño exclusivo?
Soy pastelera. Me encanta cocinar,
pero estoy harta de que en cada cumpleaños me reprochen de no haber hecho una torta para el cumpleañero,
de que cada vez que me invitan a tomar el té me echen en cara que no me digné a preparar budín o masitas,
de que gente que siquiera me conoce me pida como si nada de traerle tartas de ricota y de membrillo, gratis además, como si ser pastelera me obligase a ello.
Soy pastelera, es mi trabajo.
Mi T R A B A J O
y solo cuando yo lo decido y así lo quiero, también mi pasatiempos."
Nos quedamos mudos.




Pero es que queríamos torta y ella cocina muy rico.

viernes, 3 de julio de 2009

Diario de abordo

Un cuaderno. Un anotador. Un diario. En principio, para anotar eventos importantes –casamiento de Mariana; viaje al sur de Mendoza; estreno de dpto nuevo-. Luego, se fue filtrando la cotidianidad –16 hs médico; pelis que quiero ver: despertares, mientras nieva sobre los cedros, corre Lola corre; hoy, cumple de Javier; comprar medias opacas-, cada vez más cotidianidad –depi!; salida con Lucho (¿qué me pongo?); al fin feriado!!; hoy fuimos a tomar un helado con los chicos, la pasé lindo; ¿rindo o no rindo?-, cada vez más signos (de exclamación, de interrogación, de suspensión). Dudas, deseos e intenciones. Reflexiones. Cada vez más palabras subrayadas, tachadas, cada vez más colores, cada vez más intimidad. Ahora, su diario de viaje. ¿Viaje a dónde? No demasiado lejos, solo a unas horas, quizás días o aún meses de distancia. Al ella de después. No es un viaje demasiado intrépido tampoco, no. Tan solo una pizca de vida. Ahora, descripciones de alguna escena en el transcurso de su día, bosquejos también, y mamarrachos de esos que se hacen hablando por teléfono, alguna que otra entrada de cine abrochada, pétalos de rosas secas que siempre caen cuando está apurada… Frases sublimes que oye en el colectivo, fragmentos de textos publicados en blogs desconocidos
“…a primera vista el amor no me parece un compañero muy simpático, es más bien de los callados, pero es un callado popular, porque parece ser que todo el mundo lo conoce: “La pasás bárbaro con ese. El mejor momento de tu vida." Minga. Minga porque “no me habla en el msn”, porque “no sé qué somos”, porque “no me quiere cómo yo a él”…

Sin duda, su diario. De chica había llenado muchos diarios. Diarios sercretos con precarios candaditos de plástico. Las portadas iban cambiando. Al inicio, fue el rey león, y después, bastante tiempo después, fueron los garfields. De más grande, no había dibujos sino diversidad de texturas en matiz pastel. La tapa decía poco, el interior albergaba la historia de una modalidad de pensamiento que se construía sobre miradas ajenas. Una pequeña parte escapaba siempre al otro, y una parte aún más pequeña se le escapa incluso a ella.
La costumbre de escribir se la había llevado algún viento de la adolescencia. Un día, para recordar la fecha del casamiento de su hermana, había manoteado el anotador amarillo dispuesto junto al teléfono que nunca había usado. En ese anotador figuraron a lo largo del año una serie de eventos, por lo cual, al año siguiente, optó por comprar una agenda. Un cuadernito Norte, con una llama fucsia sobre un fondo celeste, lo más barato. Ahora, una pequeña agenda de tapa rígida naranja oscuro, nada pintoresca, con sus tres días por página y su sección de “notas” y de “teléfonos” era su pequeño jardín secreto. No tan secreto, no había nada que ocultar. Pero tampoco nada que mostrar. Ya no más diarios íntimos, que hoy juntan polvo en un cajón. Hoy, cumpleaños, horas y citas, especificando la dirección y el teléfono. Frases cortas. Escuetos comentarios que fijan emociones abrumadoras (incluso hasta por semanas) u observaciones que no adquieren demasiada trascendencia hasta ese después de muchas páginas, a veces, de muchos meses.
Es que todo eso se vería más adelante. En dos o tres años, un domingo después de almorzar, sentada junto al ventanal frío, abriría esa agenda, cómplice del tiempo y evidencia de que el hollín siempre sabe esconderse del plumero, para leer lo que alguna vez había sido su presente. Cristalizaciones excedidas de sentido. Ciertas palabras retumbarían en su cabeza, actualizando sensaciones que de otro modo nunca hubiesen sido en nadie. Otras pasarían de largo, a pesar de su importancia hoy, dos o tres años antes. El recuerdo de que fue, el registro de que estuvo. Se reconocería en el trazo de las a y de las l, pero sus r, s, p y q ya no serían las mismas. Tantas cosas ya no serían las mismas. Y sin embargo, los vestigios de aquel tiempo, no solo fantasías de una memoria o colores en una foto. Esos residuos ahí, en la redondez de las a y en lo afilado de las l, ahí, en ella.
Hojas de otoño. Eso lo había escrito hacía ya casi seis años en un cuaderno floreado. No llevaba diario entonces, solo la necesidad de escribir y siempre papel y lápiz. Cual hojas, cada página mostraba un mundo de ramificaciones de su pensar, todas cayendo del mismo árbol, pero todas todavía un poco verdes. Había sido un quiebre terminar esa historia. Había sido representativo de lo que podía hacer aquella humanidad librada a sí misma. Las palabras tenían peso y los límites no se negociaban más. Le faltaban dimensión y contexto a sus acciones, perspectiva, y ese fin fue lo primero que le partió la cabeza. Hojas de otoño empezaron caer; alguna melodía, poesía o letras de canciones, búsqueda de algún alivio pero preguntas, muchas.
Minga que Fulanito (o el más popular de los callados) fue lo mejor que te pasó en la vida, sino, ¿cómo se explica esa herida que se te abre al vacío? La tranquilidad del pequeño mundo se esfumaba porque se presentaban de pronto las partes que habían sido hasta entonces meramente mentadas. Y una mentaba a muchas más, y esas, a su vez, a más, y a más, y así, y la ansiedad de no tener certeza de nada y la angustia de duelar una vida tan chiquitamente simple. Vacío, o inmensidad de otras muchas mejores cosas que te pasan en la vida. Después del otoño, había escrito, el invierno –VACÍO- pero nunca más un invierno tan frío, pensaba ahora y recordaría haberse dicho después. Las hojas de otoño tenían que amarillentarse en algún momento y terminar siendo el polvo que se acumula en los pliegues de su agenda. INMENSIDAD. Ahora, inconmensurable inmensidad que aguarda a que se ajuste al tiempo. Porque el tiempo no espera. Y una pequeña agenda de tapa rígida naranja oscuro, nada pintoresca, con sus tres días por página y su sección de “notas” y de “teléfonos” no lo captura ni lo detiene. Solo lo evidencia.

Adrienne
03-07-09

domingo, 12 de abril de 2009

Idea

Todavía quedaba dando vueltas una idea. A veces interrumpía una charla. A veces se imponía en un sueño. O simplemente se colaba por la puerta trasera de su conciencia y hacía un poco de ruido cuando estaba en soledad. Lo importante era recordarle que seguía siendo. Lo importante era estar presente.
Todavía quedaba dando vueltas esa idea. Nunca la había aprehendido, había aparecido solita. Sin portador, se desvanecería. Su anhelo era figurar en los libros de historia, no importaba demasiado bajo el nombre de quién, no importaba demasiado en que contexto. Solo plasmarse. Una vez escrita, editada, divulgada, ya no existiría la posibilidad de disolverse, de desaparecer.
Todavía quedaba aquella idea, merodeando una mente frágil, vulnerable a la intromisión de contenidos ajenos a elecciones suyas. Una mente poco brillante, quizá demasiado plástica, demasiado sobornable. Nunca la había intuido, se había presentado solita. No le había costado cobijarse cómodamente entre pensamientos cotidianos. Una condenada mente perfecta para éste huésped.
De las demás ideas, muchas habían logrado su cometido. Sobrevivían entre sucesiones de trazos, en cuadernos, en revistas, en libros, y avivaban su esencia en cada lectura atenta. No morirían, al menos hasta la próxima etapa de crecimiento de la estrella que despertaba tantos anfitriones. Pero para entonces, algunos seguro se refugiarían en nuevas tierras y junto con ellos, ellas. Los habían convencido de su incomparable riqueza y ellos las atesoraban más que a sus propias vidas. Aquellas que no habían tenido la paciencia suficiente se habían diluido entre pensamientos humanos que habían logrado obtener cierta jerarquía. Poderosas pero tan, tan dependientes. Parásitos.
Era la última. Perseverante, no desesperaba por plasmarse, solo esperaba. Su anfitrión era aún joven, por lo que no podría todavía expresarla en su totalidad, o al menos no de forma clara. Había que darle tiempo, sembrar pequeños pilares aquí y allá para que pudieran constituirse de a poco las conexiones necesarias que, en términos humanos, iluminarían pronto esa mente y que, persuadida de que todo aquello había surgido de sí misma, no dudaría en querer compartirlo con su comunidad. La idea pues, como sus predecesoras, no solo quedaría inmortalizada en papel o en archivos virtuales, sino que disfrutaría del hospedaje de miles de anfitriones, ensanchándose y engullendo cada vez más ser. Esos eran los proyectos de la idea, que cada vez, pero disimuladamente, invadía un poco más la frágil mente humana.
***

Agustina estaba por cumplir los dieciocho años. Aquel año terminaría el colegio, finalmente, y se dedicaría a su gran amor, la música. Un único problema le preocupaba. Desde chica, y cada vez con mayor énfasis, una idea se le presentaba en forma autoritaria. Una molesta idea. Charlando con amigas, practicando piano, soñando, la interrumpían unas veces imágenes, siempre las mismas, u otras veces, como ruidosa música de fondo o como el zumbido de una mosca, insistía esa extraña parte de su mente en perturbar su concentración. Decidió comentárselo a una psicóloga, que la derivó con un psiquiatra. Es un pensamiento obsesivo, le dijo. Nada más. Durante algún tiempo, tomó una medicación que erradicaba pensamientos obsesivos y poco la poco la idea fue desapareciendo de su mente. Luego dejó de tomar la medicación. Su mente ya estaba limpia. Solo quedaban los pensamientos que elegía. Así, se entregó con amor y dedicación a tocar el piano. Su nombre y su historia como concertista figuran hoy en los libros de historia. Sus obras son mundialmente conocidas. De aquella idea, no ha quedado el menor rastro.

viernes, 6 de marzo de 2009

Clau está en casa

El martes le gritó mal. Mal mal. Se sacó, como dice siempre Clau. A mi no me cierra, porque parece tan tranquila. Pero igual le creo. Le dijo que no aguantaba más verla vagando por la casa, en su nube de cuentos melodramáticos. Clau dice que a veces se sienta en el pasillo a pensar. Que se mete en su fantasía para que sus personajes adquieran formas y matices que la trasciendan. Y que de hecho se sorprende por las historias que ellos mismos le terminan mostrando. Siempre me insiste en que acaba por quererlos más que a su propia familia.

Y claro. Estar pensando en el pasillo es vagar. Al menos para Silvia, porque ella está todo el día de acá para allá, se ocupa de la casa, de los trámites, de los tres hermanos y de sus ropas y platos sucios, se toma un descanso para trabajar un poco, y cuando duerme, seguro que sueña con todo lo que no alcanzó a hacer durante el día, porque se despierta muy cansada y de mal humor. No es que no la quiera a Clau, pero no entiende como puede desperdiciar su vida en laberintos imaginarios. ¿Cómo se va a mantener cuando ella ya no esté? A ella le costó tanto llegar hasta donde llegó, tener su casa, su plata, dar un buena educación a sus hijos… Y todo porque se mató trabajando, primero de vendedora de maquillaje, después en la peluquería de arenales como masajista y cosmiatra, y ahora, finalmente, con su propio negocio de productos de belleza y de tratamientos corporales. Sí, le hubiese encantado seguir la carrera de psicología social, pero la vida la llevó por otros caminos. Entonces no tiene sentido que su hija tenga una vida mediocre y fantasiosa cuando todo lo que Silvia construyó fue para ella.

Para ellos. Pero Luis y Andrés no tienen problemas. Luis desde chico se interesó en la arquitectura, y se recibió muy joven, a los veintidós, con un promedio de 9,75. Y eso que mientras estudiaba, trabajada en un estudio. Y cuando tenía un poco de tiempo libre, se dedicaba a leer y a ver películas. Un chico diez. Y tan bueno… Siempre muy bajo perfil, calladito, tranquilo. Lástima que no tenga demasiados amigos, ni novia, porque es una persona que, al menos hasta donde yo conozco, se hace querer. Y Andrés, bueno, Andrés es especial. En el colegio era un desastre, pero a los dieciocho se puso a trabajar en turismo y a los pocos meses ya tenía suficiente como para mudarse solo y hasta comprarse un auto. Hizo un terciario de hotelería y turismo después, como para tener un título. Pero lo importante para estar tranquilo, la plata, lo consiguió rápido, a pesar de todo. Digo, por aquella época de alcohol y drogas. Silvia piensa que en realidad no fue más que una de las tantas cosas que los chicos hacen cuando son adolescentes y quieren transgredir, y no es tan grave. Igual ella también te dice que es especial. Ahora? Andrés de vez en cuando visita una psicóloga que lo ayuda a mantenerse firme en sus decisiones, un chico con la mente clara.

Sí, es obvio que la única que está mal es Claudia. En el colegio también siempre fue muy buena alumna. No como Luis, claro. Pero igual era buena. Tenía más carácter que sus hermanos. De chica se peleaban mucho con su mamá. Silvia siempre cuenta que no sabía que a los seis años algunos chicos ya se comportan como si tuvieran catorce o quince. Eso lo descubrió con Clau, que le llevaba la contra en todo. Pero cuando terminó el colegio Claudia no quería estudiar. Quería escribir. Como si se pudiera comer de lo que se escribe. A los veinte decidió meterse en Letras, pero solo porque Silvia la amenazó con echarla de la casa: “o estudiás o trabajás o te vas a la calle”. Igual estudiar Letras no era lo que Silvia pretendía que hiciera cuando le dijo eso.

Y ahora, ya casi con veintidós años, la piba todavía ni está cerca de recibirse. Tiene un trabajo inestable y sin futuro, en un bar de música como camarera, los fines de semana. El resto de su tiempo vive en su nube. Una vaga. Silvia ya pasó la etapa de desesperación respecto del futuro de su hija. Ahora solo está enojada. Su enojo pasa por no hablar. Nunca. Por eso me cuesta imaginar que haya gritado. Al parecer tiene sus días… Acumula, acumula, y el silencio explota en gritos y portazos. Antes Clau le tenía miedo y se paralizaba, pero ahora me dice que a veces esas situaciones se transforman en competencias: a ver quién grita más fuerte, a ver quién lastima más con las palabras, a ver quién hace más ruido pegándole a la pared o pegando los famosos portazos.

Pasa que Clau sabe que si se pone a trabajar nueve horas por día, como quiere du madre, va a dejar de escribir. Y ella lo único que quiere es es-cri-bir... Además, está demasiado entusiasmada con sus proyectos. Por ejemplo, tiene un blog, que lo visitan como cien personas por día. El otro día, vinieron unos de la revista Viva para hacerle una entrevista. Le avisaron que recién a fines de marzo va a salir el artículo. Que Silvia no se entere, por dios. Ah! Y tiene un grupo con el que va al hospital de niños ése de Sánchez de Bustamante a leer sus cuentos. A veces también va a centros culturales de gente ciega.

Bueno... pero todavía no llegué a contarte lo que pasó! Se ve que Silvia se sacó, y esta vez amagó a pegarle. Te insisto, no me la puedo imaginar, es una mujer tan tranquila. Así que ahora Clau está pasando unos días en casa, pero ya se puso en contacto con un chico de Córdoba que le dijo que la bancaba unos meses, al menos hasta que se consiga algo allá, algún trabajito y una habitación en alguna residencia. Y cómo ella se quiere ir a vivir a Córdoba desde muy chica, le viene bien.

El chico éste formaba parte de este grupo del que te hablé, viste, pero se fue a estudiar a Córdoba el año pasado. El tema es que al parecer él ya tiene un grupo con el que hace lo mismo que hace Clau acá. Y Clau me contó que hasta tienen apoyo económico para concretar proyectos sociales vinculados con la literatura.

Sí, va a dejar la carrera. Te repito, solo la empezó por su madre. Igual me dijo que allá hay un profesorado fácil que dura tres años y es estatal, lo cual le viene bien porque le da un título que le permite ejercer algo de lo que le gusta sin sacarle demasiado tiempo para escribir. O al menos así lo piensa ella. Ya veremos. Vos, ¿cómo estás?

viernes, 9 de enero de 2009

La casa Barbie

Era una casa de Barbie –odiaba las barbies, pero ésta era una casa de Barbie, y punto- muy muy grande. Una mansión Barbie.

Las paredes estaban pegadas. Los muebles también. Todo el decorado no era más que papel. Una cama rosa, con almohadones enormes, rosas y blancos, un cubrecama de satín rosa -como si la textura del satín pudiese trascender la textura áspera del papel-. Al lado, una mesita de luz de madera color tierra misionera profundo. Encima, una lamparita rosa con un moñito rosa – el moñito, también de satín-.

Junto a ella, una cajita de porcelana con detalles plateados. ¿Qué había dentro? Como era solo un dibujo, no podía abrirla, así que, pensó, la llenaría todos los días con un poco de imaginación.
Quizá fuera una cajita de Pandora... pero –por suerte- cerrada por siempre, callada por el papel.

En el piso dibujado, una esponjosa alfombra que daba ganas de caminar sobre ella con los pies descalzos. Pero era todo papel.

La piel de sus pies solo podía sentir el frío del borde metálico sobre el que estaba parada, y la piel de sus manos no podía más que acariciar algunos pliegues de su habitación. Su habitación, un dibujo, su realidad, un borde.

El papel de las paredes de la habitación de papel tenían motivos como corazoncitos y estrellitas, todo rosa y plateado. Una habitación estridente. Los diseñadores de la mansión Barbie no sabrían nada de Feng Shui, aunque quizá sabían mucho de marketing.

Una habitación de dos dimensiones, inaccesible al ser de tres.

Del otro lado, al borde del borde metálico, un hueco enorme. Colgaban cuerdas del techo, y los demás habitantes de la casa –sí, había otros seres que al parecer vivían en esa mansión Barbie- paseaban de cuarto en cuarto (o de borde a borde) usando las cuerdas como lianas. Cada cuarto tenía un decorado distinto. A veces no todo era rosa. Habia como once cuartos, tres baños y una cocina.

Todo de papel. Lo que no era de papel eran los bordes metálicos. Es que eso era estar en el cuarto. Estar sobre el borde ese e imaginar que en realidad estaban dentro del decorado. O capaz no imaginar… Ellos creían que realmente estaban dentro.

Claro, ellos no sabían que era una casa de Barbie. No sabían que era una mentira. Un juego. Ellos pensaban que era su casa. Pero… ¿Quiénes eran ellos?

Ella no reconocía ni a su mamá ni a su papá ni a sus hermanos. Era una familia Barbie.

NO. Eran más bien personajes de cuentos diferentes que compartían la casa como si fuesen una gran familia. Creían conocerse los unos a los otros ¡e incluso quererse! pero en realidad nadie conocía a nadie. Bah... ¿En qué realidad?

Para salir del cuarto, para moverse en la casa, había que usar las lianas.
Una familia algo selvática, pensó. Pero la idea le gustaba –odiaba las barbies pero le gustaban las lianas- y decidió hacer de cuenta que aquella era también su casa. Agarró una y se concentró en dirigirse a otro cuarto.
Ay, que difícil!
Ahí se dio cuenta de lo complicado que era desplazarse en liana. Había que tener mucha fuerza en los brazos, y, además, estaba la posibilidad de caerse -no había ni red ni colchonetas abajo-. Sintió algo de vértigo.

2009

martes, 30 de diciembre de 2008

Pensamientos alterados

Siento tu perfume su perfume Ahora es mi perfume no lo olvido ¿cómo lo olvido? ¿cómo

se olvida? No, no lo olvida. Y te miro aún que lo mire, no siente más nada, dice que ya no

siente más nada no siento nada, dice, nada. Entonces ¿Por qué no quiere, porque no quiero

oírte decírmelo NO ME LO DIGAS no lo quiere escuchar.

Adiós. No. NO. no no no. Adiós. Siento tu perfume su perfume ahora mi perfume todavía

como el primer día ese día, ya no existe. ¿No existís? Ya no existe. Sino no entiendo.

Sino ¿cómo VIVO? No entiendo. Palabras tuyas y mías, ¿engaños? ¿mentiras? Ya no

creo ¿quién cree? ¿La olvidaste? ¿Fue tan superficial lo nuestro? Palabras que no dicen

pasiones que alteran sueños veneno que penetra esta realidad fecunda.

ME DIJISTE te voy a apoyar siempre ME DIJISTE te voy a

amar por siempre ME DIJISTE movería agua y tierra por vos... Hoy Ahora En este instante

no se mueve nada. Yo tan sólo tengo preguntas.

¿no se aman? Tanto piensa en él.

¿Es amor? ¿Es amor igual? ME LO PROMETISTE. ¿Dónde estás ahora

que lloro, ahora que quiero que me ames, ahora que quiero que muevas tierra y mar por mi?

Te sigo esperando espera ella espera y él? Ya no te me acerques ¿por qué no puedo? Te

quiero te quiero te quiero ver tener cerca de mí. ¿Ya no?

No lo entiendo. No lo quiero entender no lo va a entender porque no me conviene

no me gusta. no. no. Bueno, si. Si ya no es valiosa para él entonces tiene que

demostrarle que él es valioso para ella. Suicidarse mostrándole cuánto me importaba su

amor va a hacer que se arrepienta. Y yo ya no voy a sufrir. TE VA A DECIR ENFERMA

DE NUEVO loca va a pensar depresiva. Mirame. Mirala. Susúrrale otra vez. Siento tu

Perfume, ahora mi perfume. Te extraño.

Adrienne

Otra visión

Lo de “meno’ hacé’, mejor” me lo dijo uno de la colimba. Era uno de lo’ amigo’ que me

hice allá, el cocinero, un viejo medio amargado. Al principio le hice caso, vite. Lejo’ de la

familia, de lo’ amigo’, uno quiere que el tiempo pase rápido. Tonce’,ese año, no hice nada

y fue el más aburrido de mi vida. Por eso te digo que prefiero laburar tranquilo que que lo’

segundo’ no pasen. Un día vino un suboficial que iba a ser ascendido a teniente y preguntó

por algún hombre que supiese de dibujo técnico. Yo no había estudiado eso en especial

pero del colegio conocía caligrafía y me gustaba dibujar. Les gustó mi trabajo y empecé a

escribir cartele’ y cartele’. Podía pintar tresciento’ en un día. Era un pasatiempo agradable.

Lo mejor es que atrajo a otro sargento que necesitaba un chofer. Lo’ de ahí me iban

conociendo y veían que trabajaba mucho. Pasé de un lugar a otro y terminé enseñando a lo’

indio’ a escribir y a leer. Venían de lo’ monte’ con un solo nombre(sin apellido), con su’

cultura’ de caza y nada más. Yo le’ mostraba por ejemplo el dibujo de una casa y luego le’

decía casa y escribía casa y ellos aprendían. Ello’ hablaban otro idioma vite. Aunque pa’mí

lo’ indio’ son má vivo’. Cuando salíamo’ a cazar, ello’ sabían donde dormían lo’ pece’ y

lo’ agarraban con la’ mano’. También reconocían que huevo’ de avestru’ estaba por

romperse y cuale’ se podían comer. En Río gallego’, donde hice el servicio militar, te

podé’ comer la’ oveja’ de los rebaño’ si dejá’ el cuero y la lana que es lo que vale, vite, así

que íbamo’ a buscar oveja’, pero no la’ alcanzábamo’. Lo’ indio’ se les ponían en frente y

ella’ se paralizaban. Las matan sin que se desangren y la’ carnean perfectamente, no

queda carne sobre los hueso’, nada se desperdicia. Esto’ no... ¿Cómo es la palabra?

Ah! “Alteran”. No alteran el ciclo de la naturaleza, como le dicen. Nosotro’ no’ creemo’ lo’

mejore’ y somo’ un desastre. ¿En qué estaba? Ah! Sí, conocí a mucha gente.

Sólo se conoce una careta de lo’ milico’. Allá en el sur, estuve con un cabo, Ernesto A.

Diaz, la mejor persona que conocí en mi vida. Él me mostró como él y todo’ ellos rescatan

persona’ todo’ lo’ día’, construyen camino’ entre las montaña’ haciéndola’ explotar con

dinamita... Una vez estuve con el cabo Diaz cuando una mujer estaba en una chacra

inundada y tenía que parir. Nos subimo’ a una camioneta tipo tractor y la sacamo’ de ahí:

fue impresionante, entramo’ en el río, en el barro, dentro de la camioneta había todo el

equipo de una ambulancia... La gente siempre ve a los milico’ por los golpe’ de estado.

Eso’ son los hijo’ de puta que tienen el poder. Pero hay mucho’ hombre’ que no se ven,

que se olvidan y que están todo’ los días dando su vida por la de lo’ demá’. Eso’, yo lo’

conocí, y cuando te bajé’ de mi tasi, no te vas a acordar, pero yo, después de 30 año’,

todavía me acuerdo, y me esfuerzo por tener un poco de humildad y escuchar a todos.

Adrienne

El nombre


“-El Domingo ¿no te acordás?

-Sí. Estuve en esa fiesta, eso sí. Pero a usted... No, no la recuerdo. Discúlpeme.”

Bullicio. Muchedumbres que se atraviesan las unas a las otras en la esquina de

Juramento y Cabildo. A la entrada del subte D se recorta en el tiempo la figura de la

muchacha. Sonríe.

“-Yo me acuerdo bien de vos, insiste. Te acercaste con tu copita de vino tinto y me llamaste

por mi nombre.”

Lo confunde con otro. Tal vez no. El hombre canoso frunce el ceño. Mirá, estoy apurado.

¿se tiene que ir? ¿se quiere ir?

“- ¡Tu mail!”

Casi pierde el equilibrio al escucharla.

“- ¿Cómo?

-Pasame tu mail aunque sea, así puedo contactarte.”

El hombre le entrega una tarjeta y se marcha sin saludar ¿harto de que aquella desconocida

le impida continuar con sus actividades?



Todavía no responde el mail. La primera vez que lo leyó, tuvo el impulso de borrarlo.

Después se arrepintió. Lo releyó dos días más tarde, una noche en la que necesitaba sentirse

acompañado. No se animó a llamarla. Al final, Clara terminó con él en la cama. El lunes

salió con su hija y pensó en la muchacha. No abrió su casilla. La noche siguiente llamó a

Nadia. Con ella es con quién mejor suele sentirse. Sin embargo, cuando Nadia se durmió,

él se quedó mirando el techo. Recordaba la expresión de insistencia que... Su nombre. Él se

habría acercado a la chica y la habría llamado por su nombre. Pero ¿cuál era su nombre?



A ver, cerca del Obelisco. Corrientes...Perón al mil doscientos algo. Un lugarcito japonés...

Mil doscientos mil doscientos... Acá, mil doscientos noventa y uno. Chiquitito pero bien

lindo. Lo voy a tener en cuenta. Hola ¿cómo estás? Sí, me encanta este restaurancito. No sé

que sirven, esperá que me fijo y pido. Estoy acostumbrada a comer sushi así que prefiero

probar... Podría ser un “Udón” con camarones por favor. Con té verde. Esperé bastante

tiempo tu respuesta. ¿No había Internet en Paris? Pobre, te debe agobiar trabajar tanto.

Osea que me recordaste. Te hago una pregunta entonces... ¿Cómo me llamo?



Su casamiento no había sido más que un arreglo entre su familia y la de su ex mujer. Quizá

la quiso al principio. Pero no tardaron en empezar las peleas, en notarse las distancias,

en aparecer tensiones. Lali, la nena, no se llevaba demasiado bien ni con él ni con su madre.

Incluso antes del divorcio trataba de alejarse del clima hostil de su hogar. Para él no fue un

problema encontrar compañía: casado o soltero, atraía a las mujeres, y prefería tener varias

amigas que una relación estable. Piensa todavía que enamorarse es cosa de adolescentes,

eso que se pierde cuando uno se da cuenta de toda la mentira que es soñar e ilusionarse, que

eso que enseñan a los chicos, es inútil en una realidad de problemas y responsabilidades.

¿Amor? Nada de eso. La palabra es placer. La muchacha perturba sus pensamientos. No

desea su cuerpo. Desea descubrirla. Vuelve a pensar en ella. Su nombre.


Yo puedo identificarte quién es la chica que me describís porque no pasa desapercibida,

¿no te parece? A demás, no creo que ella tenga algún problema, no estoy violando su

intimidad, vos sos cercano mío, ella es cercana mía... En fin, ya sabés. Te cuento, se llama




“- Te hice venir porque tenía ganas de verte.

- Me parece que es por algo más.

-Sí.”

Esta vez la muchacha tiene un aire bastante altanero y detrás del hermoso tono arenoso de

sus ojos parece esconderse otra persona que él no conoce, desafiante, arrogante.

Aquella otra mujer lo mira cómo quién ansía ver muerta a su victima. Él, la víctima.

“No, piensa el hombre, no me vas a ganar”

“-Antes quiero contarte que no dejo de pensar en vos. Lo que yo pensaba que ya no podía

pasarme, lo volví a sentir con vos. Me enamoraste.”

La muchacha clava sus ojos en él, pero esta vez, algo temblorosos. No dice nada. Ahora te

voy a decir tu nombre. Vas a ser mía.

“-Anya. Te amo.

-Me… Me nombraste. No sé cómo. Vos y yo nunca nos conocimos. Bueno, te felicito.

-¿Nunca nos conocimos?

-Te confundí con otro. Un cliente… En fin. Disculpame. Hubiese preferido decírtelo antes,

pero no me dejaste. Está bien, me intrigaba saber por qué estabas tan nervioso. Por cierto,

no me esperaba tal confesión. Gracias supongo. No es un amor correspondido, claro. Te

las ingeniaste bien para conseguir mi nombre… Tomátelo como un juego. Fue divertido.

Por mi parte entonces, es todo, adiós.


Adrienne