Es una linda mujer, joven aún, andará por los cuarenta, una pena, tanta enfermedad. Sus rasgos siguen tan firmes como cuando entró por primera vez a la clínica. La suave curva frente-nariz, característica de su familia materna, le achata la expresión endulzando aquellos intensos ojos oscuros a penas rasgados. La ceja izquierda, siempre un poco más altanera que la derecha, comienza a mostrar algunas canas, canas que en su cabello se esconden de la mirada ajena, a pesar del corte-hospital que luce desde hace ya tanto tiempo. Antes, se jactaba de su larga melena castaña con destellos rojizos. Antes.
¿Qué tiene? Todavía no lo sé, tengo que preguntar a algún psiquiatra. Algún grado de esquizofrenia, una desconexión importante con la realidad, un mundo virtual interior al que ni yo puedo acceder. Está internada hace unos años. Por momentos, se conecta con el mundo e interactúa con otros, pero por lo general vive en una burbujita, en ella misma, sola solita. El mundo de Fabiana. Ella es su mundo... O su mundo no es más que ella misma. Ella su única realidad. Fabiana igual Fabiana. A=A. Fabiana tautológica. No hay asimetría epistémica posible, o, si la hay, es solo en virtud de su propio desdoblamiento. A=/=A. Pero un desdoblamiento que, lejos de constituirla, la desintegra en cada vez más partículas de pura nada, partículas coherentes de un algo tan incoherente que linda de más en más con la irreversible locura, tanto tanto, hasta que ya nada quede ni siquiera de esa nada.
Fabiana. No hay criterio de corrección intersubjetivo, no hay error por comparación con un algo otro, no hay triangulación, no hay contraste con una realidad objetiva. Ella es lo subjetivo hecho objetivo al rojo vivo. Es la realidad de lo interno. O un pequeño mundo, tan rico, tan lleno de contrafácticos y de estructuras ontológico-conceptuales, un pequeño mundo dentro del mundo de tantos otros munditos que se autocrean y autoconservan sólo por creerse ¡ay, ellos! tan consciente de ser y no por ser, ni por el hacer trascendente de salirse de sí y conocer al Otro. Fabiana. Una mirada plegada infinita e ilimitadamente para adentro, lo absoluto de la voz interna.
Y escribe. Tiene un cuaderno donde anota pensamientos cuyas palabras no refieren a nada (o quizá a todo, a todo aquello que tiene existencia en sí misma como mónada) pero significan. Significan para ella, vaya a saber uno qué significan para ella. Significan para nosotros, y de esto sí podemos decir que sabemos qué significan. ¿Qué significan? Signos de una patología, signos de una inteligencia perdida, signos de una locura ermitaña y errante en un vasto mundo de ideas trascendentales tan cercano y tan invisible al individuo social y rutinario que no busca la verdad sino que construye todos los días fragmentos de sentido para legitimar que sigue con vida.
¿Qué tiene? Todavía no lo sé, tengo que preguntar a algún psiquiatra. Algún grado de esquizofrenia, una desconexión importante con la realidad, un mundo virtual interior al que ni yo puedo acceder. Está internada hace unos años. Por momentos, se conecta con el mundo e interactúa con otros, pero por lo general vive en una burbujita, en ella misma, sola solita. El mundo de Fabiana. Ella es su mundo... O su mundo no es más que ella misma. Ella su única realidad. Fabiana igual Fabiana. A=A. Fabiana tautológica. No hay asimetría epistémica posible, o, si la hay, es solo en virtud de su propio desdoblamiento. A=/=A. Pero un desdoblamiento que, lejos de constituirla, la desintegra en cada vez más partículas de pura nada, partículas coherentes de un algo tan incoherente que linda de más en más con la irreversible locura, tanto tanto, hasta que ya nada quede ni siquiera de esa nada.
Fabiana. No hay criterio de corrección intersubjetivo, no hay error por comparación con un algo otro, no hay triangulación, no hay contraste con una realidad objetiva. Ella es lo subjetivo hecho objetivo al rojo vivo. Es la realidad de lo interno. O un pequeño mundo, tan rico, tan lleno de contrafácticos y de estructuras ontológico-conceptuales, un pequeño mundo dentro del mundo de tantos otros munditos que se autocrean y autoconservan sólo por creerse ¡ay, ellos! tan consciente de ser y no por ser, ni por el hacer trascendente de salirse de sí y conocer al Otro. Fabiana. Una mirada plegada infinita e ilimitadamente para adentro, lo absoluto de la voz interna.
Y escribe. Tiene un cuaderno donde anota pensamientos cuyas palabras no refieren a nada (o quizá a todo, a todo aquello que tiene existencia en sí misma como mónada) pero significan. Significan para ella, vaya a saber uno qué significan para ella. Significan para nosotros, y de esto sí podemos decir que sabemos qué significan. ¿Qué significan? Signos de una patología, signos de una inteligencia perdida, signos de una locura ermitaña y errante en un vasto mundo de ideas trascendentales tan cercano y tan invisible al individuo social y rutinario que no busca la verdad sino que construye todos los días fragmentos de sentido para legitimar que sigue con vida.
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Tal vez, en algún cajón perdido de esos en los que se suele guardar todo lo que veremos “más adelante”, de ella queden sus fragmentos, fragmentos o garabatos en hojas amarillentas con olor a madera vieja y a empapelado húmedo, fragmentos que algún familiar guardó por temor a perder la pérdida misma.
Los fragmentos de Fabiana. Él. Su conciencia. Su alteridad.
Los fragmentos de Fabiana. Él. Su conciencia. Su alteridad.
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