El martes le gritó mal. Mal mal. Se sacó, como dice siempre Clau. A mi no me cierra, porque parece tan tranquila. Pero igual le creo. Le dijo que no aguantaba más verla vagando por la casa, en su nube de cuentos melodramáticos. Clau dice que a veces se sienta en el pasillo a pensar. Que se mete en su fantasía para que sus personajes adquieran formas y matices que la trasciendan. Y que de hecho se sorprende por las historias que ellos mismos le terminan mostrando. Siempre me insiste en que acaba por quererlos más que a su propia familia.
Y claro. Estar pensando en el pasillo es vagar. Al menos para Silvia, porque ella está todo el día de acá para allá, se ocupa de la casa, de los trámites, de los tres hermanos y de sus ropas y platos sucios, se toma un descanso para trabajar un poco, y cuando duerme, seguro que sueña con todo lo que no alcanzó a hacer durante el día, porque se despierta muy cansada y de mal humor. No es que no la quiera a Clau, pero no entiende como puede desperdiciar su vida en laberintos imaginarios. ¿Cómo se va a mantener cuando ella ya no esté? A ella le costó tanto llegar hasta donde llegó, tener su casa, su plata, dar un buena educación a sus hijos… Y todo porque se mató trabajando, primero de vendedora de maquillaje, después en la peluquería de arenales como masajista y cosmiatra, y ahora, finalmente, con su propio negocio de productos de belleza y de tratamientos corporales. Sí, le hubiese encantado seguir la carrera de psicología social, pero la vida la llevó por otros caminos. Entonces no tiene sentido que su hija tenga una vida mediocre y fantasiosa cuando todo lo que Silvia construyó fue para ella.
Para ellos. Pero Luis y Andrés no tienen problemas. Luis desde chico se interesó en la arquitectura, y se recibió muy joven, a los veintidós, con un promedio de 9,75. Y eso que mientras estudiaba, trabajada en un estudio. Y cuando tenía un poco de tiempo libre, se dedicaba a leer y a ver películas. Un chico diez. Y tan bueno… Siempre muy bajo perfil, calladito, tranquilo. Lástima que no tenga demasiados amigos, ni novia, porque es una persona que, al menos hasta donde yo conozco, se hace querer. Y Andrés, bueno, Andrés es especial. En el colegio era un desastre, pero a los dieciocho se puso a trabajar en turismo y a los pocos meses ya tenía suficiente como para mudarse solo y hasta comprarse un auto. Hizo un terciario de hotelería y turismo después, como para tener un título. Pero lo importante para estar tranquilo, la plata, lo consiguió rápido, a pesar de todo. Digo, por aquella época de alcohol y drogas. Silvia piensa que en realidad no fue más que una de las tantas cosas que los chicos hacen cuando son adolescentes y quieren transgredir, y no es tan grave. Igual ella también te dice que es especial. Ahora? Andrés de vez en cuando visita una psicóloga que lo ayuda a mantenerse firme en sus decisiones, un chico con la mente clara.
Sí, es obvio que la única que está mal es Claudia. En el colegio también siempre fue muy buena alumna. No como Luis, claro. Pero igual era buena. Tenía más carácter que sus hermanos. De chica se peleaban mucho con su mamá. Silvia siempre cuenta que no sabía que a los seis años algunos chicos ya se comportan como si tuvieran catorce o quince. Eso lo descubrió con Clau, que le llevaba la contra en todo. Pero cuando terminó el colegio Claudia no quería estudiar. Quería escribir. Como si se pudiera comer de lo que se escribe. A los veinte decidió meterse en Letras, pero solo porque Silvia la amenazó con echarla de la casa: “o estudiás o trabajás o te vas a la calle”. Igual estudiar Letras no era lo que Silvia pretendía que hiciera cuando le dijo eso.
Y ahora, ya casi con veintidós años, la piba todavía ni está cerca de recibirse. Tiene un trabajo inestable y sin futuro, en un bar de música como camarera, los fines de semana. El resto de su tiempo vive en su nube. Una vaga. Silvia ya pasó la etapa de desesperación respecto del futuro de su hija. Ahora solo está enojada. Su enojo pasa por no hablar. Nunca. Por eso me cuesta imaginar que haya gritado. Al parecer tiene sus días… Acumula, acumula, y el silencio explota en gritos y portazos. Antes Clau le tenía miedo y se paralizaba, pero ahora me dice que a veces esas situaciones se transforman en competencias: a ver quién grita más fuerte, a ver quién lastima más con las palabras, a ver quién hace más ruido pegándole a la pared o pegando los famosos portazos.
Pasa que Clau sabe que si se pone a trabajar nueve horas por día, como quiere du madre, va a dejar de escribir. Y ella lo único que quiere es es-cri-bir... Además, está demasiado entusiasmada con sus proyectos. Por ejemplo, tiene un blog, que lo visitan como cien personas por día. El otro día, vinieron unos de la revista Viva para hacerle una entrevista. Le avisaron que recién a fines de marzo va a salir el artículo. Que Silvia no se entere, por dios. Ah! Y tiene un grupo con el que va al hospital de niños ése de Sánchez de Bustamante a leer sus cuentos. A veces también va a centros culturales de gente ciega.
Bueno... pero todavía no llegué a contarte lo que pasó! Se ve que Silvia se sacó, y esta vez amagó a pegarle. Te insisto, no me la puedo imaginar, es una mujer tan tranquila. Así que ahora Clau está pasando unos días en casa, pero ya se puso en contacto con un chico de Córdoba que le dijo que la bancaba unos meses, al menos hasta que se consiga algo allá, algún trabajito y una habitación en alguna residencia. Y cómo ella se quiere ir a vivir a Córdoba desde muy chica, le viene bien.
El chico éste formaba parte de este grupo del que te hablé, viste, pero se fue a estudiar a Córdoba el año pasado. El tema es que al parecer él ya tiene un grupo con el que hace lo mismo que hace Clau acá. Y Clau me contó que hasta tienen apoyo económico para concretar proyectos sociales vinculados con la literatura.
Sí, va a dejar la carrera. Te repito, solo la empezó por su madre. Igual me dijo que allá hay un profesorado fácil que dura tres años y es estatal, lo cual le viene bien porque le da un título que le permite ejercer algo de lo que le gusta sin sacarle demasiado tiempo para escribir. O al menos así lo piensa ella. Ya veremos. Vos, ¿cómo estás?
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