martes, 8 de marzo de 2011

De la autonomía y la heteronomía del Arte en la Teoría Estética de Adorno

Quisiéramos trazar una breve elucidación conceptual para entender el concepto de negatividad en la estética de Adorno a partir de la siguiente frase: “El arte y las obras de arte son caducas no sólo por su heteronomía, sino también en la constitución misma de su autonomía”. No obstante, nuestra intención tropieza con una primera dificultad: para Adorno, el concepto de “arte” no puede definirse. En efecto, este concepto siempre está predeterminado por aquello que el arte alguna vez fue y sólo adquiere legitimidad en función de aquello que llega a ser. Pero entonces, ¿cómo hablar de arte? En su Teoría Estética, Adorno se centra en dos aspectos del arte: su particular autonomía y su inevitable heteronomía.

En palabras de Adorno, el arte niega su origen y, de este modo, es decir, desvinculándose de aquello de lo que procede a través de la negación, adquiere autonomía. No obstante, esta autonomía necesita de lo otro del arte para poder negarlo y determinarse. Luego, el arte es también heterónomo. Dado su carácter heterónomo, el arte extrae su concepto de las “cambiantes constelaciones históricas” (Adorno 1969 [1986]: 11). Así, en una relación de refracción con la sociedad, el arte se va transformando y va empujando su concepto hacía nuevos contenidos a medida que muta la sociedad (Adorno 1969 [1986]: 12).

Lo otro del arte es la sociedad. Si bien el arte es autónomo respecto de la sociedad en tanto la niega, es menester señalar que justamente al negarla, la incluye. Luego, la autonomía no es absoluta. De hecho, Adorno afirma que ella se constituye en función de la conciencia burguesa de libertad; “antes de formarse esa conciencia, el arte estaba ya en contradicción con el poder social pero no era todavía un para-sí” (Adorno 1969 [1986]: 295). La autonomía del arte es entonces resultado del movimiento dialéctico de la historia (Adorno 1969 [1986]: 9).

Una consecuencia de esta perspectiva es que la estética, en tanto filosofía del arte, no puede determinar si el arte ha entrado en la era de su ocaso, es decir, no tiene poder para decidir si ha de convertirse en la “nota necrológica del arte” (Adorno 1969 [1986]: 13). La estética meramente puede dejar constancia del fin, alegrarse del pasado y pasarse a la barbarie, dice Adorno. En este contexto, retoma la idea hegeliana de una posible muerte del arte y argumenta que, si bien ella es congruente con el sistema hegeliano, de la perspectiva de Hegel se deriva una consecuencia impensada: el contenido del arte bien podría no agotarse en las dimensiones de su vida y muerte sino que podría encontrarse en su propia transitoriedad. En el marco de esta lógica, tampoco es necesario que los contenidos del arte pasado decaigan si el arte mismo desaparece.

No obstante, Adorno no sostiene un “optimismo histórico filosófico de la fe en el espíritu invencible” (Adorno 1969 [1986]: 13), bien por el contrario, considera que el mismo contenido material puede quebrarse en su caída. Toda obra de arte es un instante, “un momentáneo detenerse del proceso” (Adorno 1969 [1986]: 16), para luego volverse pregunta y dejar de ser para-sí. “El arte es para-sí y no lo es, pierde su autonomía si pierde lo que le es heterogéneo”. Notamos entonces que la vitalidad del arte es relativa a su fuerza de resistencia social mientras que su caducidad supone su absorción por parte de la lógica de la identidad de la sociedad y su consecuente transformación en mercancía. En este sentido la caducidad de las obras de arte no sólo es relativa a su heteronomía, es decir, no sólo se relaciona con la materia de la que procede[1], sino que también lo es a la constitución misma de su autonomía.

Hasta aquí, hemos sostenido que lo heterónomo del arte es constitutivo de su autonomía en tanto que, para determinarse como autónoma, el arte necesita aquello de lo que proviene para negarlo[2] y que, al hacerlo, lo incluye. Luego lo constitutivo mismo de la autonomía del arte se encuentra en un movimiento dialéctico que impide que ésta sea de una vez y para siempre: la autonomía del arte nunca es absoluta. Entonces la caducidad de las obras de arte es también relativa a la materia del movimiento de negación por el cual se constituye como autónoma. Es cuando la lógica de la sociedad absorbe a las obras de arte que éstas caducan; la caducidad implica la pérdida de la dimensión crítica y el consecuente estar al servicio del lo hegemónico. Así, el momento de la negación que presupone la obra de arte es sólo un momento en la historia, superado casi inmediatamente por el incesante devenir histórico. Sin embargo, es justamente por la comunicación que mantiene el arte con lo otro de sí por medio de la no comunicación que aparece como refractario de la sociedad. La obra de arte, y el arte en general, es el lugar de la negatividad de lo social, la promesa de emancipación y como tal, no muere en tanto siga habiendo ruptura y promesa.

El concepto de negatividad es propio del método dialéctico de Adorno, según el cual no hay un momento de superación de los opuestos sino que éstos siempre aparecen como irreconciliables[3]. En el caso particular de su estética, este concepto implica que el arte se revuelve contra aquello que forma su mismo concepto, convirtiéndose en “algo incierto hasta en sus fibras más íntimas” (Adorno 1969 [1986]: 10). Dada esta capacidad de atacar sus estratos fundamentales y de modificarse cualitativamente, su carácter afirmativo es sospechoso porque, contrariamente a su naturaleza crítica, no se vuelve en contra de lo establecido sino que es funcional a lo meramente existente, favoreciendo el avance de todo aquello de lo que la autonomía del arte quisiera liberarse.



[1] Materia perecedera en tanto es superada en el cambio constante que supone el movimiento dialéctico negativo.

[2] Es decir, que el arte se separa de la sociedad negándola.

[3] A diferencia de la lógica del sistema que hegeliano, cuya dialéctica es positiva en tanto hay un momento de unidad de la unidad y de su negación.