viernes, 9 de enero de 2009

La casa Barbie

Era una casa de Barbie –odiaba las barbies, pero ésta era una casa de Barbie, y punto- muy muy grande. Una mansión Barbie.

Las paredes estaban pegadas. Los muebles también. Todo el decorado no era más que papel. Una cama rosa, con almohadones enormes, rosas y blancos, un cubrecama de satín rosa -como si la textura del satín pudiese trascender la textura áspera del papel-. Al lado, una mesita de luz de madera color tierra misionera profundo. Encima, una lamparita rosa con un moñito rosa – el moñito, también de satín-.

Junto a ella, una cajita de porcelana con detalles plateados. ¿Qué había dentro? Como era solo un dibujo, no podía abrirla, así que, pensó, la llenaría todos los días con un poco de imaginación.
Quizá fuera una cajita de Pandora... pero –por suerte- cerrada por siempre, callada por el papel.

En el piso dibujado, una esponjosa alfombra que daba ganas de caminar sobre ella con los pies descalzos. Pero era todo papel.

La piel de sus pies solo podía sentir el frío del borde metálico sobre el que estaba parada, y la piel de sus manos no podía más que acariciar algunos pliegues de su habitación. Su habitación, un dibujo, su realidad, un borde.

El papel de las paredes de la habitación de papel tenían motivos como corazoncitos y estrellitas, todo rosa y plateado. Una habitación estridente. Los diseñadores de la mansión Barbie no sabrían nada de Feng Shui, aunque quizá sabían mucho de marketing.

Una habitación de dos dimensiones, inaccesible al ser de tres.

Del otro lado, al borde del borde metálico, un hueco enorme. Colgaban cuerdas del techo, y los demás habitantes de la casa –sí, había otros seres que al parecer vivían en esa mansión Barbie- paseaban de cuarto en cuarto (o de borde a borde) usando las cuerdas como lianas. Cada cuarto tenía un decorado distinto. A veces no todo era rosa. Habia como once cuartos, tres baños y una cocina.

Todo de papel. Lo que no era de papel eran los bordes metálicos. Es que eso era estar en el cuarto. Estar sobre el borde ese e imaginar que en realidad estaban dentro del decorado. O capaz no imaginar… Ellos creían que realmente estaban dentro.

Claro, ellos no sabían que era una casa de Barbie. No sabían que era una mentira. Un juego. Ellos pensaban que era su casa. Pero… ¿Quiénes eran ellos?

Ella no reconocía ni a su mamá ni a su papá ni a sus hermanos. Era una familia Barbie.

NO. Eran más bien personajes de cuentos diferentes que compartían la casa como si fuesen una gran familia. Creían conocerse los unos a los otros ¡e incluso quererse! pero en realidad nadie conocía a nadie. Bah... ¿En qué realidad?

Para salir del cuarto, para moverse en la casa, había que usar las lianas.
Una familia algo selvática, pensó. Pero la idea le gustaba –odiaba las barbies pero le gustaban las lianas- y decidió hacer de cuenta que aquella era también su casa. Agarró una y se concentró en dirigirse a otro cuarto.
Ay, que difícil!
Ahí se dio cuenta de lo complicado que era desplazarse en liana. Había que tener mucha fuerza en los brazos, y, además, estaba la posibilidad de caerse -no había ni red ni colchonetas abajo-. Sintió algo de vértigo.

2009

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